En plena fiesta de graduación su hermana CONFIESA que no es…Ver más

Catalina era muy compasiva con las necesidades de los pobres, pero su corazón era más sensible aún ante los sufrimientos de los enfermos. Para aliviarlos realizaba cosas aparentemente increíbles, lo cual no es una razón para que dejemos de consignarlas aquí. Por consiguiente las relataré para gloria de Dios y provecho de las almas. Tengo como prueba de ellas el testimonio verbal y escrito de fray Tomás, a quien ya he mencionado, religioso del convento de Santo Domingo de Siena, doctor en Teología y provincial de la provincia romana de la orden de Predicadores. También podría citar a Lapa, a Lisa y a otras respetables matronas quienes personalmente me han confirmado tales hechos.Vivía en la ciudad de Siena una mujer enferma llamada Teca, cuya indigencia era tan extrema, que se veía necesitada a acudir al hospital en busca de las medicinas que necesitaba y no podía procurarse por sus propios medios. Pero el hospital estaba tan pobre que escasamente podía facilitar a los enfermos lo imprescindiblemente necesario. La enfermedad de la pobre mujer, que era la lepra, aumentaba de día en día y el hedor que salía de su cuerpo era tan repulsivo que nadie tenía valor suficiente para acercarse a ella. Ya se habían tomado las providencias para sacarla fuera de la ciudad como se acostumbra en casos semejantes y para esa enfermedad. Cuando Catalina tuvo noticia de esto, su corazón caritativo se conmovió; fue apresuradamente adonde estaba la enferma, la besó y le prometió no sólo subvenir a todas sus necesidades, sino convertirse en su enfermera mientras viviese. Catalina cumplió al pie de la letra su promesa; mañana y tarde visitaba a la enferma y le llevaba todo lo que necesitaba. En esta desdichada contemplaba al esposo de su corazón y la cuidaba de todas las maneras que estaban a su alcance y con indescriptible respeto y amor.Sin embargo, la exaltada caridad de Catalina, lejos —65→ de inspirar agradecimiento en la persona que era objeto de sus atenciones, sólo conseguía despertar en ella el orgullo y la ingratitud, cosa por desgracia más frecuente de lo que parece en almas desprovistas de la virtud de la humildad, que se ensoberbecen cuando debieran rebajarse y ofrecen insultos a cambio de beneficios por los que deberían estar eternamente agradecidas. La caridad de Catalina y la humildad de que daba muestras al prodigar sus cuidados a la desdichada mujer hacían a Teca arrogante e irritable. Al ver a su bienhechora tan solícita para atenderla pensó que tales atenciones le eran debidas y lejos de agradecerlas sólo tenía para Catalina palabras injuriosas, cuando esta hacia algo que no le gustaba. La sierva del Señor prolongaba a veces sus oraciones en la iglesia y llegaba al hospital un poco más tarde que de costumbre. En estas ocasiones la enferma daba rienda suelta a su mal humor profiriendo frases como estas: «-Buenos días, reina de Fonte-Branda (así se llamaba el barrio de la ciudad donde estaba la casa de Catalina). Su majestad se da el gusto de estarse toda la mañana en la iglesia de los frailes; es allí donde ha estado malgastando el tiempo, estoy segura; usted nunca se aburre con sus queridos frailes».Con estas y otras frases por el estilo intentaba la desagradecida mujer irritar a Catalina, pero esta, siempre calma, trataba de apaciguarla de la mejor manera que podía y le hablaba con tanta humildad y blandura como si fuese su propia madre, pidiéndole por el amor de Nuestro Señor que le perdonase su tardanza. «-He venido un poco tarde, es cierto -le decía-, pero quedará usted debidamente atendida». E inmediatamente se ponía a encender el fuego para prepararle la comida y lo arreglaba y ordenaba todo con tal rapidez que la misma malhumorada mujer se quedaba sorprendida.